lunes, 9 de enero de 2017

TEXTO NARRATIVO

El tigre medito sin prisa. Quería transmitirles algún concepto sabio, trascendente. Recordó un comentario humano: "Los tigres no son inmortales. Creen que son inmortales porque ignoran la muerte, ignoran que morirán."
Ah, pensó el tigre para sus adentros, ese es un pensamiento que los sorprenderá: no somos inmortales, la vida no es eterna. -Aprendí esto- dijo por fin-. No somos inmortales solo ignoramos que alguna vez vamos a....
Los otros tigres no lo dejaron terminar de hablar, se abalanzaron sobre el, le mordieron el cuello y lo vieron desangrarse hasta morir. Es el problema de los enfermos de muerte -dijo uno de los felinos-. Se tornan resentidos y quieren contagiar a todos.''
Marcelo Birmajer, El tigre enfermo
En el texto narrativo nos encontramos con un emisor que da vida al relato y nos cuenta, desde un determinado punto de vista, una historia que le sucede a uno o varios personajes en un lugar y tiempo determinados. Puede haber intercalación de diálogos, como en este caso. Por tratarse de un relato literario, se sobreentiende que los hechos relatados son imaginarios

TEXTO DESCRIPTIVO

Doña Uzeada de Ribera Maldonado de Bracamonte y Anaya era baja, rechoncha, abigotada. Ya no existia razon para llamar talle al suyo. Sus colores vivos, sanos, podian mas que el albayalde y el soliman del afeite, con que se blanqueaba por simular melancolias. Gastaba dos parches oscuros, adheridos a las sienes y que fingian medicamentos. Tenia los ojitos ratoniles, maliciosos. Sabia dilatarlos duramente o desmayarlos con recato o levantarlos con disimulo. Caminaba contoneando las imposibles caderas y era dificil, al verla, no asociar su estampa achaparrada con la de ciertos palmipedos domesticos. Sortijas celestes y azules le ahorcaban las falanges

El texto descriptivo, en este caso un retrato de una persona, provoca en el receptor una imagen tal que la realidad descripta cobra forma, se materializa en su mente. En este caso el texto habla de un personaje real: Doña Uzeada de Ribera Maldonado de Bracamonte y Anaya. Como se trata de una descripcion literaria, la actitud del emisor es subjetiva, dado que pretende transmitir su propia vision personal al describir y la funcion del lenguaje es predominantemente poetica, ya que persigue una estetica en particular

CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

Acaso sea Crónica de una muerte anunciada la obra más "realista" de Gabriel García Márquez, pues se basa en un hecho histórico acontecido en la tierra natal del escritor.
Cuando empieza la novela, ya se sabe que los hermanos Vicario van a matar a Santiago Nasar -de hecho ya lo han matado- para vengar el honor ultrajado de su hermana Ángela, pero el relato termina precisamente en el momento en que Santiago Nasar muere.
El tiempo cíclico, tan utilizado por García Márquez en sus obras, reaparece aquí minuciosamente descompuesto en cada uno de sus momentos, reconstruido prolija y exactamente por el narrador, que va dando cuenta de lo que sucedió mucho tiempo atrás, que avanza y retrocede en su relato y hasta llega mucho tiempo después para contar el destino de los supervivientes.
La acción es, a un tiempo, colectiva y personal, clara y ambigua, y atrapa al lector desde un principio, a pesar de que conoce el desenlace de la trama.
La dialéctica entre mito y realidad se ve potenciada aquí, una vez más, por una prosa tan cargada de fascinación que los eleva hasta las fronteras de la leyenda

NOVELA CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

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CARTAS MARCADAS

Cartas Marcadas' es un libro envuelto en niebla. La cerrazón que cubre las calles de Flores se tiende también sobre los capítulos de la novela provocando confusiones y obligándonos a marchar despacio.
La acción perversa de los conspiradores ha llenado el texto de tachaduras, episodios falsos y agregados fraudulentos, para no hablar de páginas y capítulos enteros que han sido robados.
La niebla no sólo dificulta la percepción, sino que tiene, como los vapores oraculares, un efecto alucinatorio. Vemos poco y lo poco que vemos es dudoso. Los muertos se pasean por el barrio, las pesadillas se hacen realidad y los sujetos se vuelven inconstantes.
El lector anda a tientas entre personajes que tratan de ocultar un secreto. El humo le inspira al principio una fe poética que lo convence de que debe dejarse guiar por las intuiciones del amor y del arte. Hasta que comprende, en medio de la oscuridad, que las manos de Virgilio y Beatriz que han venido orientándolo, no son más que otro engaño, el más perfecto, de un universo que es ausencia pura"

NOVELA CARTAS MARCADAS

tapa del libro: Cartas Marcadas
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BODAS DE SANGRE

Bodas de sangre es la tragedia por antonomasia, la pieza que lo lanzó a la fama tanto en España como en América, y la que une con más rigor el calado poético y la venta dramática del gran autor granadino.
El tema del amor irremediable, que exige el sacrificio de la vida, alcanza en esta tragedia el carácter clásico de un ritual. El mismo impulso de la pasión amorosa aparece en La casa de Bernarda Alba, pero esta vez enfrentado a la tiranía de una madre que encarna la represión como ley inmutable.
Una noticia publicada en un periódico local granadino en el año 1929 sobre un crimen en los campos de Nijar, sembró la semilla que originó la gestación de Bodas de Sangre, una de sus más importantes obras, en la pluma de Federico García Lorca.
Esta obra de teatro escrita en 1932 y estrenada un año después en Madrid combina las características de la tragedia clásica con las tradiciones de un pueblo español, e incorpora de manera novedosa en el teatro moderno la aparición de coros que describen los sucesos.
Al igual que en Yerma y La casa de Bernarda Alba las pasiones humanas son el eje central sobre el cual se teje el núcleo narrativo de la obra. La organización de una boda acordada entre dos familias, la indecisión de la novia y la aparición de un antiguo amor que no había podido concretarse por diferencias de clase, se conjugan para sostener un argumento marcado por la tensión que se va incrementando hasta culminar en un desenlace trágico.
Una tragedia amorosa funciona así como punto de partida para plasmar y desenmascarar los prejuicios sociales latentes en la sociedad española de principio del siglo XX

NOVELA BODAS DE SANGRE

tapa del libro: Bodas de Sangre
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ÁNGELES Y DEMONIOS

El autor de El Código Da Vinci nos arrastra a una espiral de acción sin pausa, un impactante thriller donde se suceden las sorpresas y se revelan algunos de los más oscuros enigmas de la historia. Fuerzas que han permanecido ocultas durante siglos y que ahora planean destruir la Iglesia... literalmente.
El arma más poderosa creada por el hombre, una organización secreta sedienta de venganza... y apenas unas horas para evitar el desastre. La eterna pugna entre ciencia y religión se ha convertido en una guerra muy real.
En un laboratorio de máxima seguridad, aparece asesinado un científico con un extraño símbolo grabado a fuego en su pecho. Para el profesor Robert Langdon no hay duda: los Illuminati, los hombres enfrentados a la Iglesia desde los tiempos de Galileo, han regresado. Y esta vez disponen de la más mortífera arma que ha creado la humanidad, un artefacto con el que pueden ganar la batalla final contra su eterno enemigo.
Acompañado de una joven científica y un audaz capitán de la Guardia Suiza, Langdon comienza una carrera contra reloj, en una búsqueda desesperada por los rincones más secretos de El Vaticano. Necesitará todo su conocimiento para descifrar las claves ocultas que los Illuminati han dejado a través de los siglos en manuscritos y templos, y todo su coraje para vencer al despiadado asesino que siempre parece llevarle la delantera.

Novela ÁNGELES Y DEMONIOS

tapa del libro: Ángeles y Demonios
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EL CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA

Hace ya mucho tiempo, había un caballero que pensaba que era bueno, amoroso y generoso. Luchaba contra sus "enemigos" que eran malos, mezquinos y odiosos. Rescataba damiselas en apuros y mataba dragones, aún contra la voluntad de algunas que no querían ser rescatadas. El Caballero era famoso por su armadura, tan brillante que los lugareños decían que el sol salía por la mañana y se posaba en su armadura con gran entusiasmo que a veces partía en varias direcciones a la vez. Su esposa y su hijo eran fieles y tolerantes con él, pero un día el Caballero, obsesionado con sus éxitos, dejó de quitarse la armadura. Cristóbal entristeció y su esposa enfureció hasta el punto de amenazarle con que se quitase la armadura o ella y Cristóbal se irían a vivir a otro sitio.El Caballero decidió ir a ver al rey para despedirse, sin encontrarlo. Pero se encuentra con Bolsalegre quien le dice que vaya al bosque de Merlín y eso hace. Después de meses de búsqueda, el Caballero no tiene muchas fuerzas para seguir, estaba sin comida y sin agua, hasta que de repente se desmaya y despierta rodeado de animales y Merlín le da una copa de plata con una bebida, a la que Merlín llama Vida.Cuando el Caballero despertó, vio a Merlín rodeado de muchos animales y le apremió a abandonarle. Esto molestó al Caballero que estaba empezando a disfrutar, pero Merlín dijo que debía emprender su viaje solo hacia un sendero cercano. El Caballero se detuvo a pensar y le dijo al mago que llevaba meses perdido en el bosque y que no había ningún sendero. Merlín le contestó que los que no tenían vista suficiente para ver más allá de sí mismo no podían verlo y que tendría que atravesar tres castillos para llegar a la cima del sendero: el Castillo del Silencio, el Castillo del Conocimiento y el Castillo de la Voluntad y la Osadía. El Caballero aceptó pero cuando tomó su caballo, el mago le dijo que no podía ir con él ni tampoco podía llevar su espada. Tan sólo irían él, la ardilla y la paloma Rebeca.
El Caballero dudoso empezó su viaje, pues de ahí depararía su futuro y lo que pasase con su armadura. Así el Caballero se fue con la ardilla y la paloma sin saber lo que venía a continuación.El Caballero, completamente solo, entró en el castillo. Llegó a una sala con una chimenea y un tapete. El lugar era demasiado silencioso. Entonces un hombre se acercó al Caballero. Éste se sorprendió, ya que el hombre era el rey al que el Caballero debía lealtad. El rey le confesó que solía recorrer el camino de la verdad a menudo para encontrarse a sí mismo. Claro que le parecía más sencillo decirles a sus súbditos que partía a las cruzadas, porque había altas probabilidades de que no le entendieran.


Al entrar en el Castillo del Conocimiento, quedó sorprendido porque, aunque era muy grande y tenía una puerta de oro macizo, no tenía luz. A continuación leyó una frase que le hizo reflexionar: "El conocimiento es la luz que iluminará vuestro camino". Poco después vio otra: "¿Habéis confundido la necesidad con el amor?", le resultó difícil pero al final comprendió que él amaba a su familia por encima de todo y que él necesitaba a su familia como su familia lo necesitaba a él.


El Caballero recorrió el camino hasta llegar al Castillo de la Voluntad y la Osadía. De repente, se abrió la puerta y apareció un dragón que no era como los demás ya que era demasiado grande y de escamas verdes, el dragón del Miedo y la Duda. El Caballero sintió miedo y, por más que llamaba a Merlín, éste no aparecía.Tras pasar los tres castillos subió finalmente la montaña desgarrándose los dedos por culpa de las afiladas rocas. Entonces, antes de llegar a la cima, encontró una inscripción que decía: "Aunque este Universo poseo, nada poseo, pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido” no sabía lo que quería decir y consideraba que era muy injusto ya que no podía pensar estando colgado de una roca. Entonces comprendió que tenía que liberarse totalmente. Dudó durante unos segundos, pero al final se convenció con ayuda de Sam y decidió arrojarse al vacío.
Mientras descendía recordaba cosas de su infancia y logró liberarse de todo lo que arrastraba. Entonces comenzó a elevarse y cuando se dio cuenta estaba en la cima de la montaña. Terminó por emocionarse y lloró, eran lágrimas que provenían del corazón por lo que estaban tan calientes que se derritió la última parte de la armadura. Ahora sí era totalmente libre, había comprendido que el universo y él eran uno solo y ahora tenía un mayor resplandor. Entendió que la vida consistía en el amor, y todo lo que la formaba lo era. Al final ya no tenía armadura.

NOVELA EL CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA

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EL FAMOSO COHETE

El hijo del rey estaba a punto de casarse y habia mucho regocijo en el reino.El principe estuvo esperando un año entero a su amada prometida, y al fin llegó.
Era una hermosa princesa rusa que había hecho el viaje desde Finlandia en un trineo tirado por seis preciosos renos, que tenía la forma de un gran cisne de oro; la princesa iba acostada entre las alas del cisne.
Su largo manto de armiño caía recto sobre sus pies. Llevaba en la cabeza un gorrito de tisú de plata y era pálida como el palacio de nieve en que había vivido siempre.

Era tan pálida, que al pasar por las calles, se quedaban admiradas las gentes. 

-Parece una rosa blanca -decían.

Y le echaban flores desde los balcones.

A la puerta del castillo estaba el príncipe para recibirla. Tenía los ojos violeta y soñadores, y sus cabellos eran como oro fino.

Al verla, hincó una rodilla en tierra y besó su mano.

-Tu retrato era bello -murmuró-, pero eres más bella que el retrato.

Y la princesita se ruborizó.

-Hace un momento parecía una rosa blanca -dijo un pajecillo a su vecino-, pero ahora parece una rosa roja.

Y toda la corte se quedó extasiada.

Durante los tres días siguientes todo el mundo no cesó de repetir:

-¡Rosa blanca, rosa roja! ¡Rosa roja, rosa blanca!

Y el rey ordenó que diesen doble paga al paje.

Como él no percibía paga alguna, su posición no mejoró mucho por eso; pero todos lo consideraron como un gran honor y el real decreto fue publicado con todo requisito en la Gaceta de la Corte.

Transcurridos aquellos tres días, se celebraron las bodas.

Fue una ceremonia magnífica.

Los recién casados pasaron cogidos de la mano, bajo un dosel de terciopelo granate, bordado de perlitas.

Oscar Wilde EL FAMOSO COHETE.

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EL JOVEN REY

Aquella noche, la víspera del día fijado para su coronación, el joven rey se hallaba solo, sentado en su espléndida cámara. Sus cortesanos se habían despedido todos, inclinando la cabeza hasta el suelo, según los usos ceremoniosos de la época, y se habían retirado al Gran Salón del Palacio para recibir las últimas lecciones del profesor de etiqueta, pues aún había entre ellos algunos que tenían modales rústicos, lo cual, apenas necesito decirlo, es gravísima falta en cortesanos. El adolescente —todavía lo era, apenas tenía dieciséis años— no lamentaba que se hubieran ido, y se había echado, con un gran suspiro de alivio, sobre los suaves cojines de su canapé bordado, quedándose allí, con los ojos distraídos y la boca abierta, como uno de los pardos faunos de la pradera, o como animal de los bosques a quien acaban de atrapar los cazadores.
Y en verdad eran los cazadores quienes lo habían descubierto, cayendo sobre él punto menos que por casualidad, cuando, semidesnudo y con su flauta en la mano, seguía el rebaño del pobre cabrero que le había educado y a quien creyó siempre su padre.
Hijo de la única hija del viejo rey, casada en matrimonio secreto con un hombre muy inferior a ella en categoría (un extranjero, decían algunos, que había enamorado a la princesa con la magia sorprendente de su arte para tocar el laúd; mientras otros hablaban de un artista, de Rímini, a quien la princesa había hecho muchos honores, quizás demasiados, y que había desaparecido de la ciudad súbitamente, dejando inconclusas sus labores en la catedral), fue arrancado, cuando apenas contaba una semana de nacido, del lado de su madre, mientras dormía ella, y entregado a un campesino pobre y a su esposa, que no tenían hijos y vivían en lugar remoto del bosque, a más de un día de camino de la ciudad.
El dolor, o la peste, según el médico de la corte, o, según otros, un rápido veneno italiano servido en vino aromático, mató, una hora después de su despertar, a la blanca princesa, y cuando el fiel mensajero que llevaba al niño sobre la silla de su caballo bajaba del fatigado animal y tocaba a la puerta de la cabaña del cabrero, el cuerpo de la joven madre descendía a la tumba abierta en el patio de una iglesia abandonada, fuera de las puertas de la ciudad. En aquel sepulcro yacía, según la voz popular, otro cuerpo, el de un joven extranjero de singular hermosura, cuyas manos estaban atadas a su espalda con nudosa cuerda, y cuyo pecho estaba lleno de rojas puñaladas.
Tal era, al menos, la historia que la gente susurraba en secreto. Lo cierto era que el viejo rey, en su lecho de muerte, ya sea movido del remordimiento de su gran pecado, o ya deseoso de que el reino quedara en manos de su descendiente único, había hecho buscar al adolescente y, en presencia del Consejo de la Corona, lo había reconocido como heredero suyo.
Y parece que desde el primer momento en que el joven fue reconocido dio muestras de aquella extraña pasión de la belleza que debía ejercer tan grande influjo sobre su vida. Los que lo acompañaron a las habitaciones que se dispusieron para su servicio, hablaban a menudo del grito de felicidad que se le escapó al ver las finas vestiduras y ricas joyas que allí le esperaban, y de la alegría casi feroz con que arrojó su basta túnica de cuero y su tosco manto de piel de oveja. Echaba de menos, eso sí, a veces, la hermosa libertad de la vida en el bosque, y se mostraba pronto al enojo ante las fastidiosas ceremonias de corte que le ocupaban tanto tiempo cada día; pero el maravilloso palacio —"Joyeuse" lo llamaba—, del cual era señor ahora, le parecía un mundo nuevo recién creado para su alegría; y en cuanto podía escaparse de las reuniones del Consejo y de las cámaras de audiencia bajaba corriendo la gran escalera, donde había leones de bronce dorado y escalones de luciente pórfido, y vagaba de sala en sala, y de corredor en corredor, como quien busca en la armonía el calmante contra el dolor, la curación de una enfermedad.

Oscar Wilde. EL JOVEN REY

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Oscar Wilde El amigo fiel

Una mañana, la vieja Rata de Agua sacó la cabeza fuera de su madriguera. Tenía los ojos claros, parecidos a dos gotas brillantes, unos bigotes grises muy tiesos y una cola larga, que parecía una larga cinta elástica negra. Los patitos nadaban en el estanque, como si fueran una bandada de canarios amarillos, y su madre, que tenía el plumaje blanquísimo y las patas realmente rojas, trataba de enseñarles a mantener la cabeza bajo el agua.

-Nunca podréis codearos con la alta sociedad, a menos que aprendáis a manteneros bajo el agua -les repetía machaconamente, mostrándoles de vez en cuando cómo se hacía.

Pero los patitos no prestaban atención; eran tan pequeños que no entendían las ventajas de pertenecer a la sociedad.

-¡Qué chiquillos más desobedientes! -gritó la vieja Rata de Agua-. Realmente merecen ser ahogados.

-¡Qué cosas dice usted! -respondió la Pata-. Nadie nace enseñado y a los padres no nos queda más remedio que tener paciencia.

-¡Ay! No sé nada de los sentimientos de los padres -dijo la Rata de Agua-. No soy madre de familia; en realidad nunca me he casado, ni tengo intención de hacerlo. El amor está bien, dentro de lo que cabe, pero la amistad es un sentimiento mucho más elevado. La verdad es que no creo que haya nada en el mundo más noble ni más raro que una amistad verdadera.

-Y dígame usted, por favor, ¿cuáles son, a su juicio, los deberes de un amigo fiel? -le preguntó un Pinzón Verde, que estaba posado encima de un sauce llorón muy cerca de allí, y que había oído la conversación.

-Sí, eso es justamente lo que yo quisiera saber -dijo la Pata mientras se alejaba nadando hasta la otra orilla del estanque y allí metía la cabeza en el agua, para dar buen ejemplo a sus pequeños.

-¡Qué pregunta más tonta! -exclamó la Rata de Agua-. Qué duda cabe de que, si un amigo mío es fiel, es porque me es fiel a mí.

-¿Y usted qué haría a cambio? -preguntó el pajarillo, que se columpiaba sobre una rama plateada batiendo sus diminutas alas.

-No te entiendo -le contestó la Rata de Agua.

-Deje que te cuente un cuento sobre eso -dijo el Pnzón.

-¿Es un cuento sobre mí? -preguntó la Rata de Agua- Porque, si lo es, estoy dispuesta a escucharlo. Me encantan los cuentos

EL AMIGO FIEL Oscar wilde

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EL GIGANTE EGOÍSTA Oscar Wilde.

Todas las tardes al volver del colegio tenían los niños la costumbre de ir a jugar al jardín del gigante.Era un gran jardín solitario, con un suave y verde césped. Brillaban aquí y allí lindas flores sobre el suelo, y había doce melocotoneros que en primavera se cubrían con una delicada floración blanquirrosada y que, en otoño, daban hermosos frutos.
Los pájaros, posados sobre las ramas, cantaban tan deliciosamente, que los niños interrumpían habitualmente sus juegos para escucharlos.
- ¡Qué dichosos somos aquí! - se decían unos a otros.
Un día volvió el gigante. Había ido a visitar a su amigo el ogro de Cornualles, residiendo siete años en su casa. Al cabo de los siete años dijo todo lo que tenía que decir, pues su conversación era limitada, y decidió regresar a su castillo. Al llegar, vio a los niños que jugaban en su jardín.

- ¿Qué hacéis ahí? - les gritó con voz agria.

Y los niños huyeron.
- Mi jardín es para mí solo - prosiguió el gigante- . Todos deben entenderlo así, y no permitiré que nadie que no sea yo se solace en él.
Entonces lo cercó con un alto muro y puso el siguiente cartelón:
QUEDA PROHIBIDA LA ENTRADA BAJO LAS PENAS LEGALES CORRESPONDIENTES
Era un gigante egoísta. Los pobres niños no tenían ya sitio de recreo. Intentaron jugar en la carretera; pero la carretera estaba muy polvorienta, toda llena de agudas piedras, y no les gustaba. Tomaron la costumbre de pasearse, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.
Entonces llegó la primavera y en todo el país hubo pájaros y florecillas. Sólo en el jardín del gigante egoísta continuaba siendo invierno. Los pájaros, desde que no había niños, no tenían interés en cantar y los árboles olvidábanse de florecer. En cierta ocasión una bonita flor levantó su cabeza sobre el césped; pero al ver el cartelón se entristeció tanto pensando en los niños, que se dejó caer a tierra, volviéndose a dormir.
Los únicos que se alegraron fueron el hielo y la nieve.

- La primavera se ha olvidado de este jardín - exclamaban- Gracias a esto vamos a vivir en él todo el año.
La nieve extendió su gran manto blanco sobre el césped y el hielo revistió de plata todos los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a que viniese a pasar una temporada con ellos. El viento del Norte aceptó y vino. Estaba envuelto en pieles. Bramaba durante todo el día por el jardín, derribando a cada momento chimeneas.
- Éste es un sitio delicioso - decía- Invitemos también al granizo.
Y llegó asimismo el granizo.
Todos los días, durante tres horas, tocaba el tambor sobre la techumbre del castillo, hasta que rompió muchas pizarras. Entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín, lo más de prisa que pudo. Iba vestido de gris y su aliento era de hielo.
- No comprendo por qué la primavera tarda tanto en llegar - decía el gigante egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín blanco y frío- . ¡Ojalá cambie el tiempo!

Pero la primavera no llegaba ni el verano tampoco. El otoño trajo frutos de oro a todos los jardines, pero no dio ninguno al del gigante.

- Es demasiado egoísta -dijo.

Y era siempre invierno en casa del gigante, y el viento del Norte, el granizo, el hielo y la nieve danzaban en medio de los árboles.

Una mañana el gigante, acostado en su lecho, pero despierto ya, oyó una música deliciosa. Sonó tan dulcemente en sus oídos, que hizo imaginarse que los músicos del rey pasaban por allí. En realidad, era un pardillo que cantaba ante su ventana; pero como no había oído a un pájaro en su jardín hacía mucho tiempo, le pareció la música más bella del mundo.

Entonces el granizo dejó de bailar sobre su cabeza y el viento del Norte de rugir. Un perfume delicioso llegó hasta él por la ventana abierta.

- Creo que ha llegado al fin la primavera - dijo el gigante.

Y saltando del lecho se asomó a la ventana y miró. ¿Qué fue lo que vió? Pues vio un espectáculo extraordinario. Por una brecha abierto en el muro, los niños habíanse deslizado en el jardín encaramándose a las ramas. Sobre todos los árboles que alcanzaba él a ver había un niño, y los árboles sentíanse tan dichosos de sostener nuevamente a los niños, que se habían cubierto de flores y agitaban graciosamente sus brazos sobre las cabezas infantiles. Los pájaros revoloteaban de unos para otros cantando con delicia, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el césped.

Era un bonito cuadro. Sólo en un rincón, en el rincón más apartado del jardín, seguía siendo invierno. Allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, que no había podido llegar a las ramas del árbol y se paseaba a su alrededor llorando amargamente. El pobre árbol estaba aún cubierto de hielo y de nieve, y el viento del Norte soplaba y rugía por encima de él.

- Sube ya, muchacho - decía el árbol.

Y le alargaba sus ramas, inclinándose todo lo que podía, pero el niño era demasiado pequeño. El corazón del gigante se enterneció al mirar hacia afuera.

¡Qué egoísta he sido! -pensó-. Ya sé por qué la primavera no ha querido venir aquí. Voy a colocar a ese pobre pequeñuelo sobre la cima del árbol, luego tiraré el muro, y mi jardín será ya siempre el sitio de recreo de los niños.

Estaba verdaderamente arrepentido de lo que había hecho. Entonces bajó las escaleras, abrió nuevamente la puerta y entró en el jardín. Pero cuando los niños le vieron, se quedaron tan aterrorizados que huyeron y el jardín se quedó otra vez invernal.

Únicamente el niño pequeñito no había huído porque sus ojos estaban tan llenos de lágrimas que no le vio venir. Y el gigante se deslizó hasta él, le cogió cariñosamente con sus manos y lo depositó sobre el árbol.

Y el árbol inmediatamente floreció, los pájaros vinieron a posarse y a cantar sobre él y el niñito extendió sus brazos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó. Y los otros niños, viendo que ya no era malo el gigante, se acercaron y la primavera los acompañó.

- Desde ahora éste es vuestro jardín, pequeñuelos - dijo el gigante.

Y cogiendo un martillo muy grande, echó abajo el muro. Y cuando los campesinos fueron a mediodía al mercado, vieron al gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que pueda imaginarse. Estuvieron jugando durante todo el día, y por la noche fueron a decir adiós al gigante.

- Pero ¿dónde está vuestro compañerito? - les preguntó- . ¿Aquel muchacho que subí al árbol?

A él era a quien quería más el gigante, porque le había abrazado y besado.

- No sabemos -respondieron los niños- se ha ido.

- Decidle que venga mañana sin falta -repuso el gigante.

Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y hasta entonces no le habían visto nunca. Y el gigante se quedó muy triste. Todas las tardes a la salida del colegio venían los niños a jugar con el gigante, pero éste ya no volvió a ver el pequeñuelo a quien quería tanto. Era muy bondadoso con todos los niños, pero echaba de menos a su primer amiguito y hablaba de él con frecuencia.

- ¡Cómo me gustaría verle! -solía decir.

Pasaron los años y el gigante envejeció y fue debilitándose. Ya no podía tomar parte en los juegos; permanecía sentado en un gran sillón viendo jugar a los niños.

- Tengo muchas flores bellas -decía- pero los niños son las flores más bellas.

Una mañana de invierno, mientras se vestía, miró por la ventana. Ya no detestaba el invierno; sabia que no es sino el sueño de la primavera y el reposo de las flores.

De pronto se frotó los ojos, atónito, y miró con atención. Realmente era una visión maravillosa. En un extremo del jardín había un árbol casi cubierto de flores blancas. Sus ramas eran todas de oro y colgaban de ellas frutos de plata; bajo el árbol aquél estaba el pequeñuelo a quien quería tanto.

El gigante se precipitó por las escaleras lleno de alegría y entró en el jardín. Corrió por el césped y se acercó al niño. Y cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó:

- ¿Quién se ha atrevido a herirte?

En las palmas de la mano del niño y en sus piececitos veíanse las señales sangrientas de dos clavos.

- ¿Quién se ha atrevido a herirte? -gritó el gigante- dímelo. Iré a coger mi espada y le mataré.

- No -respondió el niño- éstas son las heridas del Amor.

- ¿Y quién es ése? -dijo el gigante.

Un temor respetuoso le invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeñuelo. Y el niño sonrió al gigante y le dijo:

- Me dejaste jugar una vez en tu jardín. Hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso.

Y cuando llegaron los niños aquella tarde encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de flores blancas.

Oscar Wilde

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EL RUISEÑOR Y LA ROSA Oscar Wilde.

Un ruiseñor vivía en el jardín de una casa.Todas las mañanas una ventana se abría y un joven comía su pan…mientras miraba la belleza del jardín.
Siempre caían migajas de pan en el antepecho de la ventana.
El ruiseñor comía las migajas creyendoque el joven las dejaba a propósito para él. Así, creció un gran afecto por aquel que se preocupaba en alimentarlo…aunque sea con migajas.Un día el joven se enamoró.

Pero al declararse, su amada impuso una condición para retribuir su amor: Que a la mañana siguiente él le trajese la más linda rosa roja.
El joven recorrió todas las florerías de la ciudad, pero su búsqueda fue en vano. Ninguna rosa…mucho menos roja.
Triste, desolado, fue a pedir ayuda al jardinero de su casa. El jardinero declaró que él podría obsequiarla con petunias, violetas, claveles.
Cualquier flor menos rosas. Ellas estaban fuera de temporada; era imposible conseguirlas en aquella estación.
El ruiseñor habiendo escuchado la conversación quedó con pena por la desolación del joven.
Tenía que hacer algo para ayudar a su amigo a conseguir la flor. Entonces el ave buscó al Dios de los pájaros, quien le dijo:
- Tú puedes conseguir una rosa roja para tu amigo… pero el sacrificio es grande y podría costarte la vida!
- No importa, respondió el ave. ¿Qué debo hacer? 
- Bien, tendrás que encaramarte en un rosal y allí cantar la noche entera, sin parar.
El esfuerzo es muy grande; tu pecho puede no aguantar…
- Así lo haré, respondió el ave. Es para la felicidad de un amigo!
Cuando oscureció, el ruiseñor se encaramó enmedio de un rosal
que quedaba enfrente de la ventana del joven.
Allí se puso a cantar su canto más alegre, pues precisaba esmerarse en la formación de la flor. Una gran espina comenzó a entrar en el pecho del ruiseñor
y cuanto más cantaba, más entraba la espina en su pecho. Pero el ruiseñor no paró. Continuó su canto, por la felicidad de un amigo. Un canto que simbolizaba gratitud, amistad. Un canto de donación hasta de su propia vida! Por la mañana, al abrir su ventana, el joven se detuvo delante de la más linda rosa roja, formada por la sangre del ruiseñor. Ni cuestionó el milagro, enseguida recogió la rosa. Al ver el cuerpo inerte de la pobre ave, el joven dijo:
- Qué estúpida ave! Teniendo tantos árboles para cantar,
vino a posarse justamente enmedio del rosal que tiene espinas.
Por lo menos ahora dormiré mejor, sin tener que escuchar su tonto canto. Es muy triste, pero desgraciadamente… Cada uno da lo que tiene en el corazón.
Y cada uno recibe con el corazón que tiene…

Oscar Wilde "EL RUISEÑOR Y LA ROSA"

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LA TÍA CHILA Ángeles Mastretta


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LA TÍA DANIELA Ángeles Mastretta

La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota. Lo había visto llegar una mañana, caminando con los hombros erguidos sobre un paso sereno y había pensado: “Este hombre se cree Dios”. Pero al rato de oírlo decir historias sobre mundos desconocidos y pasiones extrañas, se enamoró de él y de sus brazos como si desde niña no hablara latín, no supiera lógica, ni hubiera sorprendido a media ciudad copiando los juegos de Góngora y Sor Juana como quien responde a una canción en el recreo.
Era tan sabia que ningún hombre quería meterse con ella, por más que tuviera los ojos de miel y una boca brillante, por más que su cuerpo acariciara la imaginación despertando las ganas de mirarlo desnudo, por más que fuera hermosa como la virgen del Rosario. Daba temor quererla porque algo había en su inteligencia que sugería siempre un desprecio por el sexo opuesto y sus confusiones.
Pero aquel hombre que no sabía nada de ella y sus libros, se le acercó como a cualquiera. Entonces la tía Daniela lo dotó de una inteligencia deslumbrante, una virtud de ángel y un talento de artista. Su cabeza lo miró de tantos modos que en doce días creyó conocer a cien hombres.
Lo quiso convencida de que Dios puede andar entre mortales, entregada hasta las uñas a los deseos y las ocurrencias de un tipo que nunca llegó para quedarse y jamás entendió uno solo de todos los poemas que Daniela quiso leerle para explicar su amor.
Un día, así como había llegado, se fue sin despedir siquiera. Y no hubo entonces en la redonda inteligencia de la tía Daniela un solo atisbo de entender qué había pasado.
Hipnotizada por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas. Perderlo fue una larga pena como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno.
Por unos días de luz, por un indicio, por los ojos de hierro y súplica que le prestó una noche, la tía Daniela enterró las ganas de estar viva y fue perdiendo el brillo de la piel, la fuerza de las piernas, la intensidad de la frente y las entrañas.
Se quedó casi ciega en tres meses, una joroba le creció en la espalda, y algo le sucedió a su termostato que a pesar de andar hasta en el rayo del sol con abrigo y calcetines, tiritaba de frío como si viviera en el centro mismo del invierno. La sacaban al aire como a un canario. Cerca le ponían fruta y galletas para que picoteara, pero su madre se llevaba las cosas intactas mientras ella seguía muda a pesar de los esfuerzos que todo el mundo hacía por distraerla.
Al principio la invitaban a la calle para ver si mirando las palomas o viendo ir y venir a la gente, algo de ella volvía a dar muestras de apego a la vida. Trataron todo. Su madre se la llevó de viaje a España y la hizo entrar y salir de todos los tablados sevillanos sin obtener de ella más que una lágrima la noche que el cantador estuvo alegre. A la mañana siguiente le puso un telegrama a su marido diciendo: “Empieza a mejorar, ha llorado un segundo”. Se había vuelto un árbol seco, iba para donde la llevaran y en cuanto podía se dejaba caer en la cama como si hubiera trabajado veinticuatro horas recogiendo algodón. Por fin las fuerzas no le alcanzaron más que para echarse en una silla y decirle a su madre: “Te lo ruego, vámonos a casa”.
Cuando volvieron, la tía Daniela apenas podía caminar y desde entonces no quiso levantarse. Tampoco quería bañarse, ni peinarse, ni hacer pipí. Una mañana no pudo siquiera abrir los ojos.
-¡Está muerta! – oyó decir a su alrededor y no encontró las fuerzas para negarlo.
Alguien le sugirió a su madre que ese comportamiento era un chantaje, un modo de vengarse en los otros, una pose de niña consentida que si de repente perdiera la tranquilidad de la casa y la comida segura, se las arreglaría para mejorar de un día para el otro. Su madre hizo el esfuerzo de abandonarla en el quicio de la puerta de la Catedral.
La dejaron ahí una noche con la esperanza de verla regresar al día siguiente, hambrienta y furiosa, como había sido alguna vez. A la tercera noche la recogieron de la puerta de la Catedral con pulmonía y la llevaron al hospital entre lágrimas de toda la familia.
Ahí fue a visitarla su amiga Elidé, una joven de piel brillante que hablaba sin tregua y que decía saber las curas del mal de amores. Pidió que la dejaran hacerse cargo del alma y del estómago de aquella náufraga. Era una creatura alegre y ávida. La oyeron opinar. Según ella el error en el tratamiento de su inteligente amiga estaba en los consejos de que olvidara. Olvidar era un asunto imposible. Lo que había que hacer era encauzarle los recuerdos, para que no la mataran, para que la obligaran a seguir viva.
Los padres oyeron hablar a la muchacha con la misma indiferencia que ya les provocaba cualquier intento de curar a su hija. Daban por hecho que no serviría de nada y sin embargo lo autorizaban como si no hubieran perdido la esperanza que ya habían perdido.
Las pusieron a dormir en el mismo cuarto. Siempre que alguien pasaba frente a la puerta oía a la incansable voz de Elidé hablando del asunto con la misma obstinación con que un médico vigila a un moribundo. No se callaba. No le daba tregua. Un día y otro, una semana y otra.
-¿Cómo dices que eran sus manos? – preguntaba. Si la tía Daniela no le contestaba, Elidé volvía por otro lado.
-¿Tenía los ojos verdes? ¿Cafés? ¿Grandes?
-Chicos – le contestó la tía Daniela hablando por primera vez en treinta días.
-¿Chicos y turbios?- preguntó la tía Elidé.
– Chicos y fieros – contestó la tía Daniela y volvió a callarse otro mes.
– Seguro que era Leo. Así son los de Leo – decía su amiga sacando un libro de horóscopos para leerle. Decía todos los horrores que pueden caber en un Leo. – De remate, son mentirosos. Pero no tienes que dejarte, tú eres de Tauro. Son fuertes las mujeres de Tauro.
– Mentiras sí que dijo – le contestó Daniela una tarde.